Fidelio Ponce, una vida de locura y creación

Foto: Archivo OHCC
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Los últimos días de enero ven nacer unos de los camagüeyanos más relevantes en el plano de la cultura y, a la vez, uno de los pintores más controversiales de todas las artes plásticas cubana. Alfredo Fuentes Pons nace el 28 de enero de 1895, aunque existen algunas bibliografías que discrepan con la fecha y citan el 24 de enero. Por su nombre oficial pocas personas sabrán de que personalidad se habla, pero si en lugar de este se dice Fidelio Ponce de León, serán muchos los que podrán hablar de su trayectoria artística.

Ponce viaja a la Habana en 1915 y comienza sus estudios en la Academia de Artes Plásticas San Alejandro. Estudios que nunca terminaría por disímiles razones, que van desde una Academia que ya no se ajustaba a las necesidades artísticas de su generación, hasta un estilo propio de vida que le pedía otro tipo de libertades.

Su generación

Fidelio Ponce junto a Marcelo Pogolotti, Carlos René, Amelia Peláez, Eduardo Abela, Víctor Manuel García, conformaron el escuadrón que renueva el arte cubano a golpe de fuerza y gracia, en la década de los años veinte del siglo XX. El movimiento y transformación del arte mundial influyó determinantemente en esta generación, además de una academia de arte que pedía a gritos reverdecer.

Su posición contra al academicismo nunca influyó en el respeto que sentía por sus profesores y por los artistas que defendían esta estética. Su intención siempre consistió en conocerse a sí mismo. Traducía constantemente, por medio de sus obras, los viajes que realizaba a su interior. Sus figuras se mostraban estilizadas y envueltas en esa bruma, que lo caracterizaba; más que figuras humanas parecían almas expectantes que vagaban en otros espacios que no es el nuestro. Logró marcar la diferencia en varios aspectos de su arte; en la temática se vuelve a distanciar de sus coterráneos pintando beatas y damas dieciochescas en pleno siglo XX.

Su creación

En un artículo de Josefina Ortega publicado en La Jiribilla documenta una opinión de Ponce sobre su propia creación:

“(…) En mis primeros tiempos de evolución hice figuras alargadas como lo hicieron también el Greco y Modigliani, pero este último se inspira fuertemente en el arte negro, mientras que yo, para crear, miro hacia mi mundo interior (…) Si alguna vez mi pintura se han semejado a otras -que no lo creo- es pura coincidencia, porque siempre he tratado de ser Ponce y no un simple satélite.”

Sus pinturas dialogan con un lenguaje más sofisticado que el de la crítica y el público de su tiempo, tal vez sea ahí donde radique la esencia de su genialidad: son obras que discursan con el futuro. Fue un hombre adelantado a su época; quería desvestirse del pasado, pero tampoco le apetecía vestirse del presente que le rodeaba, sólo le venía bien sus propios trajes.

Se aparta de toda la intención de colorido moviéndose entre los blancos y ocres, logrando una armonía en el cromatismo. En sus cuadros el dibujo y el color funcionaban como una unidad que se separaba solo cuando era necesario conceptualmente. Una paleta visible que hablaba de sus leves influencias del expresionismo francés.

Carmen Paula Bermúdez en su artículo La Celosía. Miradas a la pintura de Fidelio Ponce, categoriza su obra como: … un juego de lo erótico-conceptual: erótico porque seduce con lo aparente; conceptual porque reta a comprender (con ojo agudo) la estrategia del disfraz.

Fidelio pintó todo el tiempo como un artista poseído, pero su trabajo nunca fue bien remunerado, todo lo contrario. Cuando se aparta de San Alejandro se traslada para pueblecitos de la Habana donde pinta rótulos de comercios y da clases de pintura para sustentarse sus necesidades más inmediatas que estaban siempre relacionadas con el alcohol. Su alcoholismo y la tuberculosis lo llevo por un camino de vicio y mala vida. Se sumergió en un proceso de locura donde hacia viajes por distintos países, conocía a grandes artistas y tenía una gran fama, cosas que jamás pasaron.

A Fidelio lo abrazó la enfermedad, la ruina, la miseria y la locura. Muchos de sus conocidos hacían alusión a su deplorable aspecto físico, era la personificación del olvido. Distante durante su vida de todo tipo de reconocimiento y de gloria. Con una obra que se asienta en la paradoja. Otro de los grandes camagüeyanos, Nicolás Guillén, se expresa de esta forma al hablar de Ponce:

“(…) Ponce, con su técnica angustiosa, apretada; con sus telas de sobrada factura en que jamás hay una sola concepción de la facilidad tropical y en quien las figuras diríase que obtienen dramáticamente del artista no más que elementos indispensables para asomarse a la vida- sombras largadas, marfileñas, sombras profundas, nacidas de la sombra, sombras torturadas, que parecen escaparse como una fina columna de humo.”

Bibliografía

Marinello, Juan. 1983. Comentarios al arte. Editorial Letras Cubanas. La Habana.

Rigol, Jorge. 1989. Apuntes sobre la pintura y el grabado en Cuba. Editorial Pueblo y Educación. La Habana.

Sánchez, Juan. 1985. Fidelio Ponce. Editorial Letras Cubanas. La Habana.

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