Andar aprisa en Revolución
Del Camagüey, Salvador Cisneros Betancourt atendió su prédica revolucionaria en una reunión secreta efectuada en su apartamento, en Nueva York, el 12 de noviembre de 1882. A esa cita sucederían otras con cubanos emigrados, entre los que se hallaba un puñado de camagüeyanos exintegrantes del mambisado en la pasada guerra.
“Obrar en silencio” y en la más absoluta clandestinidad, orientaba Martí. Todo debía hacerse con suma inteligencia para que fructificara el proyecto de Revolución y esta no fracasara por improvisaciones, imprudencias y apuros innecesarios. “Sujetar” a los impacientes e inexpertos.
A la gigantesca obra se consagró Martí en cuerpo y alma. Confección de claves secretas con el uso alternado de números y letras, envío a Cuba de dobles mensajes trasportados por agentes en estricta compartimentación, traslado de paquetería llevando en su interior mensajes cifrados, entre otros recursos por saberse; formaron parte del encomiable trabajo secreto que realizara para burlar las acciones sigilosas de las agencias de detectives norteamericanas y españolas, que buscaban indicios para descubrirle planes.
Nada en el Norte pudieron descubrirle a Martí; ningún agente de las decenas que salieron en cumplimiento de sus indicaciones a Cuba desacreditó su tarea secreta. Y cuando un pliego cayó en manos del enemigo, su confección incompleta cifrada impidió conocer todos sus detalles.
Cisneros y la juventud: El Camagüey en armas
En la legendaria ciudad de Puerto Príncipe, donde la liga de los apellidos derivadas de los entrecruzamientos endogámicos había arrastrado a familias y a parientes a la insurrección, iniciada en el Paso del Saramaguacán o de Las Clavellinas, en 1868, volvía a alistar a hombres y a potros para montar de nuevo al combate emancipador en 1895.
Con reticencia inicial, el “viejo patriciado” (burguesía criolla) esgrimía justificaciones para evadir compromisos ante la nueva etapa de lucha; otros lanzaban acusaciones contra la masa de negros esclavos y en la amenaza de una supuesta “guerra de razas”; una parte alegaba temor de ver perder de nuevo sus propiedades rurales por la guerra; los había quienes se habían pasado del lado del integrismo, a disfrutar bajo el pabellón español.
En cambio, la vergüenza de El Mayor Ignacio Agramonte movía conciencias y corazones para responder de modo afirmativo a las exhortaciones del Mayor General Máximo Gómez, que llamaba a cabalgar por para «conquistar el laurel inmarchitable de la victoria», como había subrayado el Jefe supremo del Camagüey, al reasumir el mando militar de la región, en enero de 1871. Grados y soldados ofrecía Gómez, pero pocos atendían al Chino Viejo.
En cambio, no hubo casa donde hubiera “patriotas dispuestos” a quienes llamara el joven hijo de comandante del ´68 Enrique Loynaz del Castillo[1] para trasmitirles el mensaje martiano de reemprender el combate liberador y a entregarles las Bases y los Estatutos Secretos del Partido Revolucionario Cubano. Cisneros, Enrique y otros propagandistas revolucionarios tuvieron que batallar denodadamente, primero, para dar a conocer en el Camagüey quién era José Martí; segundo, librar tremendo combate ideológico contra el Partido Liberal Autonomista, el Círculo Liberal Autonomista y la Juventud Liberal, agrupaciones de carácter y proyecciones anti independentista, clasistas y opositoras a la figura de Martí, y a quien más impugnaron los autonomistas.[2]
De casa en casa de patriotas conocidos iban tanteando las voluntades Salvador Cisneros y Enrique Loynaz. Una de las visitadas fue en la casa situada en San Diego casi esquina a San Pablo que reunía a tertuliantes y entre estos a jóvenes deseosos de luchar, como el poeta mestizo Alberto Morales Casalís.
En la calle de Contaduría le abrían la casa Francisco Sánchez, cuya esposa Concha Agramonte era uno de los enlaces de un agente que hacia ella dirigía Martí. Otras edificaciones visitadas se hallaban diseminadas por la calle Mayor, Candelaria, San Juan, San Fernando, Soledad, Plaza San Juan de Dios… La casa de Cisneros Betancourt fue centro de conspiración. Otro edificio usado para recibo de agentes fue El Liceo, en la Plaza de Armas, al pie del Ayuntamiento. Y frente a este para “intercambio de mensajes” la célebre Farmacia de Emilio Xiques.
Y en el edificio que debía cumplir el propósito de “fachada” o “tapadera” -usando un término más actual- de la Compañía del Tranvía Urbano de Puerto Príncipe, asumido su proyecto por el propio Enrique Loynaz, desde abril de 1891. Allí tendrían lugar reuniones secretas con jóvenes y no jóvenes seguidores de El Mayor Ignacio Agramonte, que pronto entrarían en combate siguiendo a Salvador Cisneros, el 5 de junio de 1895.
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[1] Enrique Loynaz del Castillo llegó a ser un fanático adorador del Maestro y fiel a todo su programa de revolución, hasta darlo a conocer entre la juventud camagüeyana a la que no se cansaría de darles detalles personales de Martí y de su tremendo esfuerzo por ver a Cuba libre de España. De modo que Enrique Loynaz actuó como uno de los principales propagandistas suyos y para impulsar la guerra en el territorio camagüeyano. Otro tanto hizo Salvador Cisneros, el principal actor en la preparación del levantamiento en armas en el Camagüey, en 1895. La labor de propaganda concebida por Martí fue vital para ese alcanzar ese objetivo.
[2] Los miembros de este Partido –Fabio Freyre Estrada, Manuel Monteverde Bello, Graciano Betancourt Agramonte, Lope Recio Borrero, entre una veintena- realizaban sus mítines politiqueros en los salones del Liceo y en el Teatro Principal, en ocasiones, no sin dejar de recibir los ataques de seguidores de Martí.