La necesidad de recordar la estirpe e imagen de mujer guerrera, se resume en unas palabras del Poeta Nacional Nicolás Guillen: “… hablen de esa vida para que Cuba no la ignore… así podremos fijar su recuerdo y entregarlo al respeto, al amor a la Patria agradecida, que seguramente no ha querido olvidarla”.
Con ese homenaje del poeta te invitó a conocer sobre una dama, que además de cuidar la salud de muchos heridos durante dos guerras, llegó a ser Capitana del ejército libertador. Me refiero a Rosa Castellanos Castellanos, más conocida como Rosa la Bayamesa.
Sus orígenes
Nació esclava en un barracón del poblado de El Dátil, Bayamo, en 1834, en la entonces más rebelde zona del país. Fue ese el lugar en que llevó a cabo sus primeros actos de rebeldía e integró el Ejército Libertador, desde el inicio de la guerra de 1868; gesta que puso término al silencio de la explotación colonial de España en la Isla caribeña.
Después de 30 años de servidumbre y liberada de la esclavitud, decide seguir a sus amos en el camino por la lucha libertaria, instalándose inicialmente en una de las prefecturas situadas en la Sierra Maestra.
Pronto a aquella mujer alta y fuerte, la llaman La Bayamesa. Se hizo una hábil enfermera, organizó hospitales de campaña, aunque también empuñó el machete y el fusil con gran destreza en sus incursiones guerreras.
Posteriormente se instaló en la Sierra de Najasa. Preparó allí un hospital en una cueva de la loma del Polvorín. A la ciudad de Camagüey llegó su leyenda y comenzó a ser llamada Rosa La Bayamesa, como una forma de diferenciarla por su lugar de nacimiento.
En tierras camagüeyanas fue donde Rosa Castellanos entró definitivamente en la historia de Cuba, como uno de sus mitos más fantásticos y uno de los ejemplos imperecederos de sacrificio y consagración, no sólo en el cuidado de enfermos, sino en la lucha y defensa de la nación cubana.
El nombre de una céntrica calle de la ciudad nos recuerda a esa Rosa de la manigua camagüeyana, convertida en leyenda para la enfermería y muestra de la mujer guerrera, que puso luz a sus manos para atraer la paz.