Una dieta que salva vidas

Foto: cortesía de María del C. Pontón
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Roberto Morales Rodríguez, es una de esas personas que no encuentran imposibles, porque su fe en la vida es mayor que cualquier dificultad por extrema que sea.

La medicina la llevó en el alma desde niño. Según cuenta decía casi sin unir de forma correcta las letras: “Yo quiero ser méquido”.

Médico no fue, porque eran muchos años de estudio y él quería disfrutar su juventud; pero le resultó muy difícil alejarse del mundo donde el amor por el prójimo es vital, por lo que terminó siendo enfermero especializado en cuidados intensivos.

Entre pregunta y pregunta

Más allá de conocer a un hombre común, lleno de temores, conocimiento y fortalezas su historia de vida inspira y conmueve.

” Yo trabajaba en terapia intensiva y me realicé un chequeo de rutina porque pensaba que tenía una giardiasis, no tenía ningún síntoma que me resultara preocupante; y el diagnóstico fue cáncer de riñón. Allí comenzó una larga carrera por la vida.

Me sacaron el riñón, me detectan metástasis en el hígado; siendo además hipertenso y diabético. Pasé a una insuficiencia renal crónica con tratamiento de hemodialisis, y sin casi tener tiempo para entender; mi caso se agravaba, hasta una escarcha urémica padecí.”

Mi voz detrás del auricular del teléfono se fue apagando y sólo pude hacer silencio para entender.

“En medio de todo, eché garra a la fe…Cuando tú das por hecho que no te vas a morir esa convicción activa los mecanismos del cuerpo para que se defiendan; y en eso me concentré.

Hasta el momento mi biotipo era el de una persona miedosa; pero mi objetivo se transformó en lucha. Tenía 40 años, una esposa, tres hijos; y uno de ellos sólo tenía un año. Debía estar bien para ellos. Y comencé a buscar cómo revertir mi realidad.”

Sus deseos de vivir nunca le hicieron reconocer la gravedad del caso, a todo el que preguntaba cómo se sentía le respondía con un “bien”, absoluto.

“Comencé a asistir a la iglesia y una hermana me comentó de los tratamientos naturistas que se estaban haciendo en el Instituto Carlos J. Finlay de La Habana. Hasta allá llegué con suerte y empeño. Por acá se quedó mi esposa al frente de la familia y la vida, porque yo me concentré en sanar.

Allí conocí la dieta macrobiótica y sus 5 esquemas, los beneficios de comer sano como prevención y también tratamiento a enfermedades crónicas como la mía.

En un convenio con Italia se nos enseñó por semanas a conocer cada alimento y sus propiedades para la salud, a cómo elaborarlos, por ejemplo, el arroz integral que es básico en la dieta; y hasta conocer cuál es la conexión que debemos tener con la naturaleza, desde incluso la suela que usan nuestros zapatos. ”

Fueron días inolvidables para Roberto, encontró testimonios de pacientes que sanaron sus dolencias y conoció a doctoras que se entregaron al proyecto como Carmen Porrata y Concepción Campa.

De regreso a la tierra de Finlay

Cuando vi las maravillas de esa dieta, y comparé con mi experiencia en terapia al ver morir con medicamentos y equipamiento a tantos pacientes; decidí traer lo aprendido a mi tierra que tanto quiero y donde sabía regresaba sano. Me sentía agradecido con Dios y la vida por la oportunidad de haber conocido una posibilidad de cura a mi enfermedad; y ese bien debía ser compartido.

Comencé a compartir mis conocimientos en las iglesias, luego tuve una consulta en Educación para la Salud, en la Federación de Mujeres Cubanas, hacía programas en los medios de difusión masiva y en la Casa Natal de Finlay, donde ha sobrevivido el proyecto por más de 15 años.

Llegué a tener todos los días de la semana cubiertos con más de 100 personas en diferentes auditorium y hasta la sala de mi casa se convirtió en consulta. Trataba de conocer el diagnóstico médico y adaptar lo aprendido siempre respetando la ética. ”

La familia

Las personas fueron ganando confianza y hasta los médicos empezaron a remitirle casos a Roberto. Él lleva 18 años entregando amor y conocimientos, saca esa cuenta por la edad de su hijo menor quien tenía sólo un año cuando todo comenzó.

También cuenta que está muy orgulloso de su hijo mayor que ha seguido los pasos de una alimentación saludable, es fisiculturista y promueve fuera de Cuba la culinaria de la dieta macrobiótica.

Un estilo de vida o una forma de sanar

“Con la dieta macribiótica se ha inscrito una historia de amor maravillosa. Si las personas se alimentaran sana y responsablemente no existirían tantas muertes. El ir sustituyendo alimentos que intoxican por otros sanos que mantienen la salud de los órganos y el cuerpo como un todo, resulta vital.

La Casa Natal de Carlos J. Finlay, perteneciente a la Oficina del Historiador ha sido también nuestra casa. Hace solo unos días que hicimos nuestro primer encuentro pospandemia; y seguimos con muchos sueños en el corazón: hacer una tienda como la que creó Eusebio Leal en La Habana para poner a disposición del público que practica la dieta, los alimentos que se necesitan y encarecen, contar con un restaurante que oferte y enseñe a preparar los platos básicos y muchos más; porque esta es una historia que puede seguir haciendo realidad los sueños.”

Licenciada en Periodismo por la Universidad de Camagüey (2014). Editora de textos. Profesora universitaria. Cubana 100%. Me encanta mi profesión, la música, la naturaleza. Adoro el amor de la familia y de los amigos sinceros. Confío en el mejoramiento humano. Defiendo los animales e irradio amor cuando escucho al dúo Buena Fe o cuando mi hija me dice que me ama.
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