Patriota y médico: Eduardo Agramonte

Foto: Cortesía del autor
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El médico cirujano y el maestro

Fue el 13 de octubre del año 1864 que el camagüeyano Eduardo Agramonte realizó sus exámenes de grado final, para licenciarse de la carrera de Medicina. Las notas fueron sobresalientes. Días después, el 24, fue investido para ejercer como Médico Cirujano. Emilio, su hermano, casi terminaba los estudios de Derecho Civil y Canónico en la misma universidad condal. A la par, la segunda enseñanza la cursaba su otro hermano José, en Francia.

Regresó a Cuba, a la ciudad natal de Puerto Príncipe, para iniciar el ejercicio profesional en el Hospital San Juan de Dios .  Poco después, el 28 de septiembre de 1865, solicitó al ministerio de Instrucción Pública una cátedra para ejercer docencia en el Instituto de Aplicación o de Segunda Enseñanza de Puerto Príncipe, pretendiendo impartir Retórica y Poética, Gramática Castellana e Idioma francés.

El 16 de octubre, el gobernador superior civil de la Isla, hizo el nombramiento de su cátedra para que la ejerciera. El día 21, el ayuntamiento principeño, recibió su aprobación[1]. Ya en el Instituto compartió aulas con otros catedráticos y estudiantes de similares proyecciones políticas, que integraban la culta sociedad El Liceo, que muy pronto abandonaron para marchar a la guerra.[2]

 

 

El patriota.

La Sociedad Filarmónica aportó al movimiento insurreccional poco más de 57 de sus miembros, para salir de sus salones a combatir al colonialismo español en la Mayor de las Antillas, en 1868. Eduardo Agramonte integró el ejecutivo de la Junta Revolucionaria de Puerto Príncipe y la patriótica Logia Tínima No. 16. Estuvo también presente en las reuniones preliminares de la insurrección, y en los principales acontecimientos políticos en la ciudad y en los combates liberadores en la manigua, en la reunión del Paradero de Las Minas contra la conjura traidora de Napoleón Arango, y para impulsar a la revolución hacia el triunfo de la independencia, el 26 de noviembre de 1868. Cuatro días después de la fecha del alzamiento del Camagüey, habría comentado a su padre: “no corro grandes peligros”, como si los infortunios y el acecho de la muerte en la guerra no fueran constantes.

Después, enriqueció su hoja de servicios a la patria con la designación en la Asamblea de Guáimaro  de la Secretaría del Interior, en abril de 1869. En ese cargo se empeñó en hacer cumplir la más radical y revolucionaria medida que podía adoptarse en esas circunstancias políticas, el decreto que declaró libres a los ciudadanos de la República en Armas. Luego, tras su renuncia, pasó a la Cámara de Representantes en calidad de Diputado por el Estado del Camagüey.

Morir en combate

Fue el 8 de marzo de 1872 cuando la caballería y la infantería del Batallón de San Quintín, asaltó el paraje de la Sierra de San José del Chorrillo, en el que se hallaban en sus bohíos, entre otras, las familias del depuesto general Manuel de Quesada y la suya propia. Varios fueron los heridos cubanos a los primeros disparos de la infantería española: el capitán Ignacio Miranda, el comandante Aurelio Sánchez, el capitán Calixto Perdomo… Bastó un disparo para derribar del caballo al coronel Eduardo Agramonte, al compositor de los toques de corneta del Ejército Libertador, al primo del Mayor Ignacio Agramonte Loynaz.

Dos años después de la tragedia, al evocar su hermano sus recuerdos, el pedagogo musical Emilio Agramonte, conocido de José Martí, escribió a la dolida esposa Matilde Simoni Argilagos en el Camagüey: «Más de un año y medio ha transcurrido mi querida Matilde, desde la desgraciada y gloriosa muerte de nuestro Eduardo, y aun (sic.) no ha disminuido ni un ápice el sentimiento causado por la pérdida del mejor de los esposos, del mejor de los hermanos. Al leer los detalles de su muerte en un periódico español, no dudé de su veracidad ni un momento, pues conocía su carácter ardiente y pundonoroso, y tenía por seguro que había de morir en combate contra los enemigos de su patria».[3]

El paradigma de médico y patriota que convirtió en héroe cubano a Eduardo Agramonte Piña, merece ponderaciones entre nuestra juventud actual. Por el camagüeyano que supo llevar con dignidad y hombría la profesión de la Medicina y el combate contra un Imperio, en la coyuntura actual cubana, tengamos presente ese ejemplo por si ocurriese la pretensión del Imperio del Norte de intentar apoderarse por la fuerza de Cuba.

[1] Cabe recordarse que a la llegada del féretro de Gaspar Betancourt Cisneros “El Lugareño” procedente de la capital cubana, donde falleció en diciembre de 1866, hallándose expuesto el cadáver en la Parroquial Mayor, edificio a pocos metros del Ayuntamiento y del Estado Mayor y Comandancia Militar en la calle Mayor, los patriotas Salvador Cisneros Betancourt, Manuel Ramón Silva, Eduardo Agramonte y Rafael Rodríguez Agüero, colocaron la bandera cubana en el interior del ataúd sin ser detectados por los militares españoles que custodiaban el templo.

[2] El 17 de mayo de 1865 El Dr. Eduardo Agramonte y Piña solicitó su ingreso a la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe, al siguiente año fue designado vicesecretario y socio facultativo honorario de la Sección de Literatura. Y el mismo año en que fue electo para presidir la Sección de Música. En 1867 asumió como vicedirector de la Sociedad.

[3] Emilio Godínez Sosa: Eduardo Agramonte. Premio Biografía. Concurso 26 de Julio. Dirección Política de las FAR. Editorial Arte y Literatura, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1975, p. 242.

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